* Por Lic. Patricia Aguirre

Recordar significa, en su raíz etimológica, “volver a pasar por el corazón”. En consecuencia, estas palabras tienen, de manera ineludible, memoria histórico-política y corazón en idéntica simetría.

Recuerdo la primera vez que lo vi iba al frente de un grupo numeroso de militantes ruidosos y alegres del “Ateneo Juan Domingo Perón” que, con banderas que los identificaban y actitud desafiante, irrumpió en el gimnasio del Colegio Salesiano cuando comenzaba su discurso Deolindo Felipe Bittel. Ese día, junto a mi hermano acompañamos a mi padre (un peronista sanguíneo, leal y apasionado, testigo y participante, en su Villa Cañás natal, del 17 de octubre del 45 y luchador incansable de la Resistencia), que días antes nos había anoticiado de la presencia en Río Gallegos de los candidatos de la fórmula presidencial del PJ para la elección de 1983, Ítalo Luder y Deolindo Bittel. Mi padre, ante el estruendo de ese avance militante que se distinguía, lo observó en silencio y luego dijo: “este Lupín”, después le dedicó una mirada cálida y una leve sonrisa cómplice. Eso fue suficiente para mí. Entendí esos gestos imperceptibles de mi padre como lo que eran, una definición política. Aún hoy no recuerdo qué dijo Bittel en su discurso, pero sí puedo, sin esfuerzo, traer desde el corazón esas imágenes a la memoria.

Veinte años después, en 2003, ese joven militante, ya gobernador, patagónico y santacruceño, volvería a irrumpir. Ahora, en la historia nacional de una Argentina endeudada, empobrecida, injusta, desolada y en duelo con la memoria de sus luchas ancestrales contra los mismos grupos y factores de poder; reconfigurados en su permanente disputa histórica: la distribución de la riqueza y la imposición de un proyecto político y viceversa. Esa disputa, siempre enancada, en principio, en el dominio y control del proceso político vía cooptación y acuerdos espurios para la continuidad de un modelo económico neoliberal, acechen estos tiempos en que recordamos 20 años del inicio de la presidencia de Néstor Kirchner.

A la historia se la conquista. Y cuando se irrumpe en ella no se entra de manera afable y desangelada. Néstor irrumpió en la historia de la Patria con la misma fuerza, pasión y convicción que tuvieron los que soñaron y pensaron la Revolución, un 25 de mayo de 1810, hace 213 años. Hace 20 años, al mismo tiempo que construía su propia legitimidad, inició un ciclo político, económico, social y cultural; cuya continuidad se expresó con los dos períodos presidencias de Cristina, que recuperó la tradición popular democrática del peronismo y cambió el curso de la historia en nuestra Patria. Así, ese ADN identitario amordazado, que necesitaba despertar de su letargo comatoso, salió de la oscuridad.

No fue magia, sostuvo quién fue y es mucho más que la compañera de vida de Néstor Kirchner, y es tentadora la factible enumeración de políticas públicas que corroboran la afirmación. Sin embargo, en esta suerte de crónica la síntesis es un mandato de la extensión. Cuando repasamos de modo reflexivo la presidencia de Néstor, vemos que a cada política pública le antecede una convicción y esta no es azarosa. Hay allí un proyecto de país de vertiente nacional y popular y como tal colectivo, en donde las tres banderas históricas (una argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana) son un punto de partida y de llegada para la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Más peronista, doctrinario y estratégico no se consigue.

Sin embargo, no fue sencillo. Por el contrario (y para los que hoy hablan de correlación de fuerzas justificando inacción funcional, imposibilidad o falta de coraje), tuvo que desafiar y ganar la pulseada política con los poderes concentrados y sus cómplices vernáculos, que saben perfectamente en qué consiste la desigualdad y los privilegios. No pateó el tablero, lo cambió. Mayor empleo, mayor salario y mayor productividad en donde todos ganan; pago al FMI, pero no a costa de los trabajadores y la dignidad de decidir sobre nuestro destinoporque había que recuperarlo con él se abrió un nuevo horizonte político de dignidad popular, que permanece intacto. Esa memoria ya es parte constitutiva de la historia nacional y en tanto tal, este 25 de mayo en la plaza ya nada será una incógnita.

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