Quizás como pocos Adrián Riestra dejó marcado un surco profundo en el alma y en la historia del automovilismo regional, mostrando una versatilidad notable y un estado de superación que marcó todos los ritmos de su vida. Dos aspectos que se destacaron a lo largo de su corta historia.

Y decimos corta porque se fue en la plenitud de su vida, dejando como saldo esas virtudes singulares que acompañaron su trayectoria desde muy chico y que se transformaron en pasión y ejemplo familiar.

Vivió los primeros años viendo y escuchando los mejores pasos de su padre Eduardo en Tierra del Fuego y luego en Santa Cruz. Lo que seguramente lo encaminó hacia lo que seria su brillante camino por los circuitos sureños, desde aquella mayo de 1984 cuando se subió al 850 para intentar correr las Doble Horquetas, complicado desafío de ruta con lo mejor de la especialidad como rivales. Vendría 1993 donde reaparecía en el José Muñiz con una inmensa Dodge en el Stock, algo distinto y el inicio de un largo aprendizaje. Luego en 2010 aparece con un Ford Falcon en la búsqueda de ese fanatismo de ser mas veloz que los vientoss. Un tiempo después ganó su primera clasificación el 8/04/11. Un año después ganó su primera carrera.

Ganó otras, pero su afán apuntó para otro lado y se armó para el Gran Premio de la Hermandad. El desafío fueguino, una de las carreras mas complicadas del mundo. En la primera presentación, se pegó un golpe descomunal que a cualquiera lo hubiera dejado en la tranquilidad de su casa. Al contrario, fue incentivo y tras superar la rotura de huesos, encaró otra vez con otro auto y dos años más tarde se convirtió en el primer santacruceño en ganarla. Ni esto lo dejó quieto y apareció corriendo el rally nacional en El Calafate, logrando ganar una etapa completa un sábado con cubierta al bolsillo el domingo. Sus intentos en ese nivel lo llevaron a Esquel, donde fue 2° también en la RC5.

En los últimos años la maldita enfermedad que lo tuvo a mal traer lo venía castigando. Donde mostraba una endereza especial, secundada por un núcleo familiar que lo acompañó a fondo. Tanto su esposa Maribel como sus hijas Rocío Candela, porque de no ser así hubiera sido casi imposible. De pronto, con la misma pulcritud con que había marcado y brillado en sus caminos y en los autódromos, se nos fue. Y dejó ese recuerdo de perseverancia, afán de superación y multiplicidad de virtudes conductivas y de las otras que llenaron su vid. Por eso también los que nos consideramos sus amigos, lo extrañamos y le guardamos un inmenso respeto.

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